miércoles, 17 de junio de 2009

El pan duro

He de reconocer que, a pesar de que a veces no puedo evitar presumir de ello como si fuera una virtud, mi vocación profesional no siempre estuvo ligada al Periodismo o a los medios de Comunicación. Extrañamente, teniendo en cuenta que siempre fui un negado para las ciencias, cuando era pequeño quería ser biólogo. Esto se debe en gran parte a la admiración - y cierta fijación filial - que sentía por el hermano pequeño de mi madre, a quien yo quería y creía parecerme. El antojo se me pasó cuando mi tío me enseñó uno de sus exámenes de Biología, y pude comprobar que aquel enorme montón de apuntes poco tenían que ver con convertirme en el experto en flores, bosques y pajaritos que yo ansiaba ser. No tengo muy claro cuánto tiempo pasó desde aquella pequeña frustración hasta que realmente fui consciente de que todo lo que yo quería ser en la vida, profesionalmente hablando, tenía que ver con la posibilidad de ser un medio para comunicar lo que, de una manera u otra, estaba sucediendo en el [mi] mundo.

Puestos a reconocer, por otro lado, reconozco también que mi afición por la escritura fue tardía y debida más a un complejo de reconocimiento social que a un interés personal o profesional. Rondaba yo los trece o catorce años cuando cayó en mis manos un videojuego para PC llamado 'Veil of Darkness' que me ventilé con una extraña pasión que poco tenía que ver alguien a quien los videojuegos nunca habían interesado especialmente. Recuerdo que trataba de un piloto que se estrellaba en un pueblo gobernado por un vampiro que había convertido el lugar en un pozo infecto de hombres lobos y extrañas criaturas de esas que te hacen cruzar de calle. Al parecer, el piloto era, según una antigua profecía, 'el elegido' para derrotar al terrateniente chupasangre. En fin, un rollo que al cándido adolescente que yo estaba a punto de ser fascinó hasta el punto de que decidí invertir el proceso para convertir aquellas imágenes en texto: concretamente, en un cuento de terror. De lo que realmente no fui consciente hasta mucho tiempo después es de que aquello no era más que un intento de hacerme un hueco entre el grupo de amigos de mi hermano mayor, al que yo aspiraba a pertenecer. ¿Y cómo lo hice? Convirtiéndoles a todos en los protagonistas de mi cuento. El absurdo era pensar que poniéndoles los nombres de los miembros del grupo al piloto, al leñador, a la mujer vampiro, al viejo hostelero con oscuros secretos... les daría una pista de cuán importante era para mí su atención y reconocimiento. Todo esto se quedó con el paso del tiempo en una anécdota que ninguno de ellos recordará y que yo conservaba casi en secreto. Pero aquel absurdo cuento del que hace siglos que no he vuelto a saber nada despertó un deseo que, por desgracia, nunca como entonces estuvo tan encendido: el deseo de contar historias.

Es curioso observar cómo la necesidad de ser reconocido, aceptado e, incluso, admirado, puede ser al mismo tiempo la chispa que encienda el motor que te impulse a hacer lo que siempre has querido hacer, y el lastre que te impide hacerlo. Pudiera parecer incluso un acto de generosidad el ofrecer mis primeras letras a aquellos chicos sólo por el beneficio de su atención, por un carné para su club; pero, realmente, semejante ofrecimiento sólo podría tener sentido como un acto desinteresado. Quiero decir, cualquier creación sólo debiera ser entregada como regalo a cambio única y exclusivamente del honor de ser recibida. Por lo tanto, aquella entrega fue un sumisa e inocente bajada de pantalones que pocas veces he podido evitar dejar de repetir.

Ser periodista, escribir, contar historias... Supongo que cada uno encuentra su excusa en la vida para ser reconocido, para ser incluido en su propio club social. La excusa que yo he escogido es tan extraordinaria o tan vulgar como cualquier otra. Tal vez el secreto para mí, para desmitificar la excusa, esté en desgranar toda esa importancia que he ido metiendo en el saco a lo largo de los años, desde aquel pequeño cuento de terror, y repartirla por el camino recorrido como el pan duro que le dejas a esos pájaros de mis apuntes de biología cuando ya no te puedes alimentar de él, cuando lo único que puedes permitirte es regalarte a ti mismo la posibilidad de cumplir aquel absurdo y maravilloso deseo.

1 comentario: