
A pesar de lo que puedan decir en mi contra todos los testimonios acerca de mi fervor juradista, – de Rocío – nunca he destacado por ser demasiado idólatra. Me aburren, en general, las historias paralelas de aquellos llamados a ser ídolos, y aspiro a guardarme sólo aquello que no tiene que ver con su persona, sino con lo que es capaz de ofrecer al mundo. Por ello, es curioso cómo un hecho absolutamente ajeno a mí puede transportarme de esa manera a momentos pasados que tanto valor emotivo tienen en el imaginario de tu memoria. Supongo que la idolatría tiene más que ver con la adoración de un modelo, con la aspiración de una persona a tener algo que ver con otra a la que considera digna de admiración, imitación y reconocimiento. En mi caso, más que adorarlo, lo que me sucede es que el modelo me empuja a revivir momentos importantes de mi vida. Rocío Jurado siempre me recordará a mi madre. Michael Jackson, salvando todas las distancias del mundo, siempre sonará en los recuerdos de aquellas tardes de verano.
Peter Pan no quiso crecer. Decidió que ser niño era un fin, el mejor fin, y nunca un medio. Michael Jackson tampoco quiso crecer... ¿Y quién quiso? Cuando el Rey del Pop publicó uno de los discos más influyentes de la historia de la música, Thriller, yo apenas llevaba un año en el mundo. Aún no tenía deseos, ni conciencia de mis sueños. Aún no había conocido el lado amargo de vivir, ni me había decepcionado al descubrir que cuanto más se alejaban mis hombros de mis pies más complejos eran los caminos que daban a la felicidad. Nadie quiere crecer. Nadie quiere perder la inocencia, o la capacidad de la continua sorpresa. Pero crecemos, y ser niño es sólo un medio. Michael Jackson no lo comprendió jamás – algo comprensible, teniendo en cuenta que nadie le permitió jamás ser un niño cuando le correspondía serlo –, y puede ser que esa misma debilidad le hiciera tan lejano a todos los que, sin idolatrarle, envidiamos en secreto su lucha, aquella que perdió antes de comenzar.
Sea como fuera, muriera un hombre que no aceptó que ya no era un niño; muriera un niño de tanto hacerse hombre, gracias a lo que fue capaz de hacer siempre tendré una tarde de verano que recordar. Gracias, y descanse en paz.