Tengo el dedo pulgar roto.
El dedo de señalar, roto.
Tengo el corazón roto.
Anulado el cuarto dedo. Roto.
Y el más pequeño e inservible... lo
mismo.
Roto del todo.
Tengo la palma de la mano rota.
Ese reverso sin nombre, lleno de
tendones rotos.
No baila la muñeca, porque está rota,
ni pinta esquinas o se retuerce el
codo. También está roto.
Tengo un millón de huesecillos y
músculos rotos.
Y con el brazo izquierdo pasa igual.
Roto.
Me encogería de hombros – tal vez,
nada importe tanto-.
Pero no puedo, tengo los hombros rotos.
He visto pasar ante mis ojos un
infinito de musas que ni nacer pudieron en este mundo quebrado.
Están
rotas
porque yo soy un poeta callado,
y ellas van con prisas...
No me esperan.
¿Ves? Ya se han marchado.
He visto caer millones de ideas que no
sirven de nada porque son los pedazos de una misma.
De una misma idea rota.
Me reitero y me reinvento. Me repito y
protesto de más, porque de menos no aparecen mis ecos.
Y nada.
Todo, hasta los ecos, suenan rotos.
Roto.
Todo.
Creo...
O, tal vez...
Tal vez no sean dedos, sino plumas
mojadas.
Tal vez no sean brazos, sino alas
plegadas.
Tal vez no estén rotos, sólo
aburridos de mí.
Tal vez no importe cuánto tiempo pase
porque pasa
como el viento
[como el sueño]
y llega
y te lleva
y ya.
Vuelta a empezar.
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