martes, 15 de febrero de 2011

El pan de la Cultura

Mi madre tiene una residencia de ancianos.
Lo que reclaman es algo parecido a que un buen día llegara una señora, instalase a su anciana madre en una de las habitaciones, donde sería cuidada cada día, alimentada y tratada con cariño, medicada, aseada y, en la medida de lo posible, curada de los males del cuerpo y el alma. Y, al final del mes, esa señora se negara a pagar alegando que la puerta estaba abierta.

Antonio, el frutero de mi barrio, lleva 30 años viniendo cada semana con su furgoneta para vender con su mejor sonrisa y el brillo de su calva sus peras, sandías o melones, dependiendo de la temporada. Abre la furgoneta y ahí están, no hay rejas ni alambrada que separen al cliente del género.
Lo que reclaman es algo parecido a llevarse alegremente dos o tres kilos de esa fruta y alegar que no pagan porque estaba, simplemente, al alcance de su mano.

Yo fui bastante fan del "botellón". Siempre lo consideré la mejor manera de socializar un sábado por la noche, en la calle y rodeados de conocidos y desconocidos, sin música que no te permita escuchar, sin humo - eran otros tiempos - ni copas limitadas y caras. Pero cuando lo prohibieron, lo entendí. Comprendí que el descanso de la gente, su derecho a no despertar rodeados de meadas y cristales rotos, estaba por encima de mi afición.
Lo que reclaman es algo parecido a decidir que mi derecho a divertirme todo lo libre y ruidosamente que quiera está por encima del derecho de las demás personas a disfrutar de la mañana de domingo sin ojeras ni obstáculos que sortear.

Es obvio que tiro de casuística y una pizca de demagogia para plantear mi posicionamiento en toda esta polémica que se ha vuelto a volver a poner de moda y que tiene que ver con los derechos de autor y el derecho que tenemos a seguir viviendo en la comodidad de tener todo un mundo de cine, música o televisión al alcance de un clic, a coste cero y sin el más mínimo remordimiento - aunque yo, lo reconozco, no he sentido ese remordimiento jamás -. Y mi posicionamiento está bastante cercano a la corriente que considera que un país democrático no puede permitir que el pan de la Cultura se pierda por la comodidad, la costumbre, el egoismo o una idea tan antigua como esa que nos muestra al Estado como algo parecido a un inquisidor malvado y oscuro que pretende robarnos la libertad.

Yo no defiendo leyes concretas, ni presidentes de las Academias, ni ministras mediocres, ni bardenes ni esgaes, ni mantas ni seriesyonkis. Lo que yo defiendo es que hay que aceptar que las reglas del juego han cambiado y es el momento de aceptarlas, sí; que el modelo está obsoleto y hay que modernizarlo, adaptarlo a las nuevas necesidades y hacerlo atractivo y sostenible, sí; que nada de esta complejidad se arregla en un día, ni en una legislatura, ni con un golpe de efecto electoral, sí.; que pocas cosas en el mundo me gustan tanto como ir al cine, con palomitas y buena compañía, pero que disfruto también y todo lo que puedo de escuchar música en Spotify. Y, por encima de todas las cosas, lo que defiendo es la necesidad de darles su lugar a todos los creadores y artistas, a los que nos hacen soñar, a los que nos sacan de la gris y fría realidad. Un mundo sin cultura, y sin su pan, sería un lugar en el que yo, al menos yo, no querría vivir.


martes, 8 de febrero de 2011

No es Astronomía.


Podría ser sólo Astronomía. El paso de un año podría implicar, básicamente, lo que sea que implique ese ciclo reiterativo y constante que lleva a la Tierra a dar una vuelta alrededor del Sol. Sin más. Pero no, en este caso esto del año no trata de eso de la Astronomía.
Es el peso de una madrugada que nunca pude terminar. Que nunca terminó. Es el peso de la ausencia y del silencio, de la espera[nza] y la impaciencia, de la decepción y el agradecimiento, de siete nombres que ya no volvieron a ser contestados, que martillean la memoria de quienes nunca decidimos ni quisimos dejar de pronunciarlos. Siete nombres. Y el tuyo, tita, entre ellos. Tu nombre, en el que tantas veces pensé cuando sólo era un niño y tú eras uno de los motivos por los que ser feliz. Y en el que tanto sigo pensando. Tu nombre...
Un instante para callar sus risas, sus protestas o sus silencios. Y un año para recordarlos. Cada día. Todos los días. Y ahora sólo nos queda pensar en llenar esas paredes, en abrir esas puertas, en borrar de pisarlo el suelo de unos pasillos que esperan, y esperan, y esperan...
Sea por ellos. Por nosotros. Sea, sobre todo, por ella, que no es más que mi madre, y se lo merece todo...