Hay una pequeña marca
justo a la derecha de la curva de tu nariz, bajo las pestañas más
pequeñas, las de abajo, que no puedo dejar de recordar. Y es un poco
absurdo, porque según me contaste, el origen de esa marca es algo
tan poco romántico, tan poco evocador, como la costra de una herida
de varicela que te arrancaste antes de tiempo en tu infancia. Tú y
tu maldita impaciencia...
He olvidado el sabor de
tu saliva, que antes tanto me gustaba. Y casi he olvidado, también,
las veces que discutíamos por aquellas cosas tan tontas, como poner
o no poner cortinas en el salón. Qué más da, si ni siquiera recuerdo hacia dónde
miraban nuestras ventanas.
No tengo claro dónde nos
conocimos, ni quién dijo la primera palabra, ni qué palabra fue. No
recuerdo nuestros tres aniversarios, ni qué me regalaste por mi
cumpleaños, ni qué te regalé. Tengo una cajita llena de detalles a
los que no logro encontrar fecha ni lugar. No sé por qué no te la
llevaste también.
Sigo pensando, y apenas
recuerdo a tus padres, o a esa amiga tan pesada que insistía en ser
mi amiga. No recuerdo nuestra canción, tal vez porque nunca tuvimos
ninguna; o tal vez porque nunca fue nuestra del todo, sólo uno más
de esos trucos con los que tratabas de contagiarme tus gustos…
Pero esa marca,
esa que tienes justo a la derecha de la curva de tu nariz, bajo las
pestañas más pequeñas, no para de venirme a la memoria. Y me
siento estúpido, y vulnerable, porque esa marca sólo aparecía cuando
te reías.