lunes, 28 de marzo de 2011

EVIDENCIA


Me muestro porque así me enseñaron,
porque nunca aprecié demasiado lo íntimo
porque nunca me cansé de quedarme desnudo.

Me muestro porque mis vergüenzas
siempre andaron al aire,
caminando entre lo crudo y lo luminoso,
a la vista de todos,
donde todos pudieran ser espectadores.

Me muestro porque no me da miedo la evidencia,
porque me evidencio desde que sé que soy,
desde que me despiojaban de cara a la ventana,
desde que tertuliaran sobre mis pulsiones nocturnas,
desde que mojaba la cama a la vista de todos.
Desde que la degracia se publicara en todos los boletines
que yo aún desconociera.

Me muestro para todos y, muy especialmente,
para mí.
Es la evidencia de mi exhibicionismo heredado,
aprendido,
asumido.
Exhibicionismo exhibido.

Me muestro así para que así me vean,
para dar motivos, también, para que me critiquen,
para no darle un disgusto a la costumbre
ni al ego.
Eso, sobre todo.
Nunca darle un disgusto al ego.


martes, 15 de marzo de 2011

...dejar que el velo caiga...

Hace cinco años entré muy nervioso nervioso y muy pequeño a la redacción de '59 segundos', el programa en el que iba a realizar mis primeras prácticas televisivas. Yo era cinco años más joven, cinco años menos listo, cinco años más inocente y cobarde. Cinco años menos periodista, o lo que sea que fui o soy.

Entonces la vi. No se me olvida, porque enseguida la admiré. Llevaba una camiseta blanca y pantalones vaqueros, era guapa, y muy rápida. Leía el periódico, opinaba, aportaba, escribía, trabajaba. Actuaba como lo que yo siempre pensé que sería ser periodista, pero permaneciendo en todo momento muy lejos de lo que yo pensaba que sería ser una guapa presentadora. Cinco años después yo soy lo que sea que soy, sea lo que sea en quien me he convertido. Cinco años después, ella es Ana Pastor.



Ojalá yo sea también capaz de dejar que el velo caiga...



miércoles, 2 de marzo de 2011

Disparos de una pistola descargada

Una vez.

Explotar. Sudar todo lo oscuro, lo inservible, y explotar . Dejar que desaparezca en un millón de ríos de basura absurda e inadaptada. En un millón de disparos de esta pistola descargada. Dejar que corra como corrieron las lágrimas - las que derramé y las que contuve sin poderlo evitar-. Expulsar las entrañas para liberarlas de sus extrañas miradas, de sus intenciones, de una cobardía que me golpea una y otra vez.

Otra vez.

Romper. Romper los lazos que no atan nada. Romper las cuerdas que guardan el lastre que me precipita. Romper el síndrome del cariño de plástico que ata mis pies al suelo, al mismo suelo, a suelo de cada día.

Una vez más.

Maldecir. Maldecir el tiempo perdido, el tiempo atado en corto, el tiempo marrullero y peleón, el tiempo que no marcó mi reloj. El tiempo que no vivió conmigo.

(Vuelve a intentarlo...)

Una última vez.

Recordar. Recordar aquel sueño que de ti mismo tuviste una vez. Recordar aquel camino que construiste con los escombros de tu propia derrota. Recordar los golpes más duros que supiste encajar. Recordarle a él. Y a ella. Y a él.

(¿Otra?)


Otra más.








¿Continuar...?