domingo, 8 de agosto de 2010

SOPA DE ESTRELLAS Y MANOJOS DE JAZMINES


“A ella le encantaba bailar. Le volvía loca bailar. Sonaba la música, y daba vueltas como si nada más importara en el mundo, como si no importara el tiempo ni el suelo bajo sus pies, como si pudiera volar...

La última vez que la vi, bailaba.”



Tengo guardado uno de esos recuerdos de infancia que no por cotidianos, repetidos a lo largo de cada día durante muchos años, dejan de ser importantes. Muy importantes. Vitales.

Las diez de la noche era el momento del día que más esperaba cuando era un niño y no encontraba a mis hermanos, cuando no me bastaban mis amigos y me sentía solo... era el momento que más esperaba porque a esa hora llegaba mi madre de trabajar, y nada más importaba... Pero yo era un niño un poco sensible – por no decir un llorón - y a las diez menos diez empezaba a llorar. Daba paseos con la vista clavada en la esquina por la que mi madre debía aparecer, con gesto de nervioso drama, y el tiempo no pasaba...

Y la recuerdo a ella, a mi vecina, a mi vecina de toda una vida, venir a mi lado, sentarse un rato conmigo, secarme las lágrimas y llevarme a su casa para darme sopa de estrellas y hacerme sentir menos solo. Y mi madre sabía dónde tenía que buscarme, porque sabía que en la casa de aquella vecina yo también tenía un refugio. La recuerdo queriéndome, porque me quería mucho.

No sé si en algún momento de su vida llegó a ser consciente de cuánto valor tenía para mí aquel momento, de cuánto bien me hacía aquella sencilla sopa de estrellas, o lo que fuera que me diera para que olvidara que el tiempo se había parado en aquella esquina por la que mi madre no terminaba de aparecer... No sé si llegó a saberlo. Por mucho que yo se lo pagara con "manojos" de jazmines, por mucho que le dejara escasos besos en el rellano del ascensor.

No pude decirle adiós, ni pude darle las gracias por ser parte de mi vida, ni por por secar mis lágrimas. No pude darle las gracias por formar parte de uno de los recuerdos más importantes de mi vida. Aunque sé que sabía que la quería, como ella me quería a mí.


Y sólo me queda, como consuelo, recordar que la última vez que la vi, bailaba.